lunes, 9 de julio de 2012

Francisco Rodríguez Acosta

D.F. México






 Toloatzin 
(Los simbolos del poema crónica) 


CRÓNICA  
Cuando el hombre ha vencido a la muerte,
y penetra  entre los dientes del “más anciano”
para  vivir la experiencia de otros mundos,
encuentra  a  Huitzilopochtli reposado y triunfal,
“impecable guerrero renacido”,
esperando  el retorno al sagrado país
de las tunas henchidas de sangre para el sacrificio.

I
No era el principio, pero sí un pasado tan remoto
que casi no hay materia que guarde rastro de su memoria.
De cuando en cuando los humanos de los nuevos tiempos históricos,
en sus paseos oníricos recogen algún relato,
una imagen o algún fragmento casi indescifrable.
La crónica es una colección de estos enigmáticos pensamientos.


Hoy 22 de diciembre me asomo a la ventana y
descubro hacia el oriente el colibrí:
luminosa mota verde-azul que inscribe,
en los giros de su vuelo,
el signo de los tiempos primigenios.

Su canto, simple y breve, dice tanto que apenas puedo codificar una parte del sentido,
debo, sin embargo, a pesar de mi palabra limitada,
revelar el mensaje para desatar el nudo de los cambios e impedir que el tiempo se congele.

El colibrí zurdo, uno de los guerreros inmortales,
transfigurado en su otra cara de nahual: el águila
dio el sustento al Sol.
Con su acto sacrificial el tiempo ha sido en el cenit,
en el lugar donde floreció el nopal de tunas coloradas sobre el ombligo de la luna.

Colibrí como todos los guerreros renacidos no pide ni da tregua,
 su perfección es impecable.
Es su objetivo el encuentro con la encrucijada de todos los pasados y todos los futuros.
Sueña con ser incandescencia viva
recorriendo el trazo luminoso de las líneas del mundo: todas.

II
El águila,
con su infinito número de ojos abiertos eternamente,
se contempla desde los extremos de las cinco direcciones del mundo.

En ella, son y serán todo el espacio,
todas las dimensiones
y todos los tiempos.

Ella es las legiones de consciencias que se hacen preguntas
en tanto se encienden y apagan sus vidas efímeras.

Ella es el infinito, el universo, el vacío, el atman.
Con estas palabras el preceptor nahual concluyó sus enseñanzas.
Dijo a Colibrí Zurdo: está por revelarse tu destino.
Concéntrate y atiende.

El guerrero recibió el mensaje.
La clave para mirar sin congelarse
en los pulidos y negros  espejos de las pupilas de la muerte….

El preceptor captó confusión en  Huitzilopochtli
Y se dijo: aún no es sabio.
Necesita ejemplos.
Abrió un agujero de gusano e indicó a su pupilo:
Contempla ese disco de fuego que brilla en el cenit,
para el tercero de los pequeños planetas que le acompañan
es su origen y su final,
es también la causa de su vida.
…………….

Reinstalado en la tierra, el preceptor dice a su pupilo:
En el vientre atómico del disco de fuego
nació la materia que hoy vemos convertida en paisaje,
en montañas y océanos
en todo cuanto puedas percibir con los sentidos
y aún en cuanto puedas imaginar,
ya que el cuerpo que te porta
está hecho de la misma materia.
Es el sol.
El, es como el águila.
Cuando cayó la noche,
la luz de la luna hacia cintilar
a las tunas coloradas
como joyas sobre los nopales.
Colibrí Zurdo dormía y soñaba
que era el nahual preceptor
e instruía a un alumno.
Su sueño se hizo pesadilla y despertó con los ojos húmedos de llanto.
Colibrí Zurdo lloraba porque en aquel sueño
su alumno nunca pudo entender
el verdadero sentido del mensaje del guerrero.
La bruma ocultaba en aquel amanecer
grandes extensiones de la ribera del lago de la luna.
Moan ya dormía en su mansión vegetal,
mientras que Coz surcaba el cielo en un vuelo circular
que auguraba la muerte del Zacatuche.
Tlacaeletl, aspirante a guerrero, 
trazaba dibujos sobre la arena de la playa.

Observó a un pájaro diminuto,
afanoso extraer con su largo pico
el néctar de la flor azul del Olilihuiqui
y creyó escuchar que le preguntaba:
¿Qué significa  tu dibujo?
Tlacaelelt respondió:
Así será  el sagrado templo
de nuestro señor Huitzilopochtli:
el sol pletórico de vida en el cenit.
Nuestro guía: hoy nos ordena
procurar la progresión de los días
y conjurar la catástrofe del fin del mundo.
Somos los supremos guardianes del orden cósmico.
Debemos de alimentar al Sol
para mantenerlo encendido  y en movimiento.
Se nutrirá con la sangre de todos los hombres
muertos en el rito sagrado
de la guerra florida.
El llanto azul de Huitzilopochtli formó un riachuelo
que serpenteó hasta mezclarse con el
formado por la sangre de los supliciados.
A lo lejos, bajo la luz del sol
el arroyo semejaba a la
sagrada serpiente: Atl Tlachinolli.

III
Con los últimos estertores de muerte de los supliciados
Llegó la noche al omphalos lunar.
La tierra se alimentó para los siglos venideros,
con el nutrimento de los hombres sacrificados:
millares de guerreros, de mujeres, de niños
y de ancianos.
El renacimiento en el maíz,
en las jugosas pencas de los cactus,
incluso en el botón de la sagrada maravilla
y en el fruto de Toloatzin
estaba asegurado.

No todos murieron.
Por el resumidero de  Pantitlán,
por Cincalco,
por la profunda garganta que se oculta
en el cerro Jorobado de Culhuacán
y por el camino que señalan las raíces del
corazón florecido de Copil,
los guerreros penetraron y pararon el mundo
para cumplir con el destino señalado en el lado izquierdo.
Colibrí Zurdo, cubierto de su manto azul,
levantó su bastón serpentiforme a manera de despedida
y contempló brevemente el sol en el cenit.
Aquel 13 de agosto partió por la quinta dirección del mundo.

IV
Cuando los últimos huesos se hicieron polvo
en la tierra envenenada y reseca,
nuevos hombres y nuevos dioses
tenían nuevas palabras y cantos.
A pesar de que aún cintilaban en sus venas como joyas,
las gotas de sangre de Tenoch,
los ojos de estos hombres eran ciegos para leer el mensaje
en las pieles de venado y en las piedras.
Los Chalchihuites guardados en cofres o enterrados
no podían transformar la luz del sol
en la vida de los ritos.
Sin embargo, desde el fondo del fondo de sus genes,
Los hombres recibían
la sagrada y telúrica energía de Cihualcoatl.
No sabían porque, pero se hacían acompañar
de la imagen del guerrero,
el antiguo chamán deificado
por los fundadores de México-Tenochtitlan.
Su imagen cada día fue más y más venerada,
incluso por los extranjeros.
No sólo en la ciudad sagrada,
sino en todos los rincones de la Nación Lunar
fue reconocida como fuente de vida y de poder.
Quien no la tuviera en sus manos
sufría de todo tipo de penas y privaciones.
Colibrí Zurdo incansable,
hacía milagros para todos los hombres
que portaban su sagrada imagen,
transfigurada con el ropaje del águila
-su otra cara de nahual del Sol-
en pequeños discos de plata, oro, níquel y cobre...

V
Sorprendido observó el punto luminoso que frente a él vibraba
expandiéndose en espasmos cada vez más violentos.
Como un ser vivo, aquella luz latía
y se esforzaba en crecer para vencer las tinieblas.
su brillo se descomponía en un iris de colores inconcebibles,
colores todavía sin nombre,
colores que sólo vemos en nuestros primeros sueños.
De pronto, la luz, como el trazo de un relámpago
recorrió todo el horizonte visual del guerrero y,
en una suprema explosión silenciosa,
separó las tinieblas
cual un viento poderoso que despeja las nubes del cielo en el mediodía.
En el cenit, en alineación exacta sobre el Tenochtli,
el guerrero llenó sus ojos con la imagen del mundo
cuya puerta se había cerrado casi quinientos años atrás.
Bajo las mil capas azules de la atmósfera
en el centro del ombligo de la tierra,
en el cacto,
 la tuna colorada, madura y pletórica de néctar para el sacrificio.
El guerrero,
portando el chimal decorado con cinco copos de algodón en campo azul
y el báculo serpentino de turquesa,
se aprestó imperturbable a cumplir nuevamente
su destino con los hombres.
Bajó a la tierra.

Casi quinientos años, se dijo.
Su pensamiento en vibraciones infinitas
cruzó las cinco direcciones del mundo y
los cuatro puntos cardinales y
al resonar en sus hermanos
fue un clamor mayor que todos los susurros de los vientos del mundo
y que el golpear de las olas de todos los océanos.
Llegó la hora, se dijeron en perfecta sincronía
los hombres de conocimiento.
Tornaron sus pupilas hacia sí
para mirar mejor la trama luminosa
de las líneas del mundo: La lattice.
En una sola voz emitieron la sílaba sagrada en un canto de notación perfecta
y en ese instante, todos lo caracoles,
los “teponastlis”, los gongs,
los cornos y las trompas:
las flautas de todos los pastores enterradas
bajo el polvo de los siglos, sonaron nuevamente.
La hora de la restauración del equilibrio había llegado.
El chamán incensó 17 veces 17
hacia la salida del sol en el verano;
hacia la salida del sol en el invierno:
hacia la puesta del sol
y hacia el inframundo
Dijo:
“La protección está en el despertar de la naturaleza.
La sombra del poder celestial viene.
Las prosperidades escuchan al Chilam-Balam”

Francisco Rodríguez Acosta



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